No paro de crecer. Cuando me quiera acordar, ya solo estaré envejeciendo y si no puedo hacer nada al respecto, por lo menos no quiero resignarme con apatía.
Quiero buscar el regocijo de la imaginación niñezca y adoptarlo en esta vida que parece estar siempre volviendo a empezar y, al mismo tiempo, terminando. ¿Cómo recuperarlo? No hice nada para ganármelo en primer lugar. Solo estuvo ahí. Solo me encontró. Tal vez se originó aquella vez en que fingía quedarme dormida solo para que me cargaran hasta la cama. O cuando vi Peter Pan por primera vez. Por dios, de haber sido Wendy, me habría quedado con él sin titubear.
Quiero buscar los stickers que guardé y nunca usé. Quiero volver a sentir la necesidad de ponerme en puntillas para alcanzar una ventana.
Quiero que se me devuelva mi sentido de maravilla. Quiero buscar hadas en el jardín de mi abuela y, al caer la noche, esperar frente a la ventana, emocionada por la dichosa estrella fugaz que me permita pedir el deseo que pensé toda la tarde.
Quiero volver a creer en las hadas y también volver a creer que la muerte es solo una figura lejana y ficticia, algo que aparece en las películas y que jamás podría tocar a mis seres queridos ni a mí. Ah, pero las hadas no. Las hadas no son ficticias. Y ellas sí mueren. Se sabe que basta con negar su existencia para quitarle la vida a una. Yo no quiero asesinar hadas. Qué título tan terrible: “Homicida de hadas”.
No puedo traicionar lo que una vez alimentó mi ilusión. Tampoco quiero esta amargura de crecer. La rechazo. ¡Ustedes mataron a las hadas! —gritaría, señalando a los adultos que cruzan la calle con sus camisas bien planchadas. Y si no queda ni una, no será porque no existan, sino por la pesadumbre de los niños crecidos, cuyo desdén fue capaz de provocar un genocidio fatal en el mundo mágico.
Quiero darles vida a las hadas y, con ello, darme vida a mí. Por eso desarrollé una lista de quehaceres que, al parecer, había olvidado. Tal vez si la reconstruyo pueda regresar a mi vida de sueños;
Empezando por volver a pensar que la luna me sigue donde sea que vaya, y que eso, de alguna forma, me hace especial. Entenderme como su elegida, y suponer que, por lo tanto, debo tener poderes que aún desconozco.
Tengo que meterme al agua, pero con cuidado, por si un tiburón sonriente y malicioso se asoma en la orilla. ¡Pero qué olvidadiza! No puedo zambullirme en el mar. Tengo que pensar que si una gota me toca, me saldrá una cola de sirena difícil de disimular.
Tendré que encerrar a mi perro conmigo en la habitación para darle una oportunidad más de confesar que sabe hablar. Usaré el maquillaje de mamá a escondidas y daré un concierto privado, donde yo seré la estrella y mi cama, el escenario.
Tengo que hacerme un vestido de princesa con las cortinas, escribirme mi propio cuento y mi final de felices para siempre. Entonces correré lejos y me retaré a no pisar las líneas de las baldosas, porque si lo hago, algo terrible pasará, es el desafío que me propuse y del que voy a ser heroína. Luego, exhausta, llegaré a casa y dormiré con todos mis juguetes, de tal manera que no se pongan celosos ni piensen que tengo un favorito.
Una vez hecho todo eso, a la mañana siguiente, veré hadas brotar de mí. Bailarán en ronda y cantarán con una voz chillona. Tendré ojos de niña y tanto amor por la vida que será suficiente para devolverles las suyas. Como forma de agradecimiento, me harán trenzas hermosas en el pelo y jugaremos un juego que no acabará jamás, del que nunca me aburriré. Me reiré tanto que aparecerán más hadas por doquier, y será imposible negar su existencia.
Al final, lo que quiero decir, es que quiero creer en las hadas de nuevo. Quiero encontrarlas con vida y pedirles prestado ese polvillo que se me esfumó y ya no me permite volar. (Mi problema es que tener los pies sobre la tierra me pesa)
Quizás así, consiga que la niña que fui me patee desde adentro en un berrinche y salga de este cuerpo que le queda grande e incómodo. Que sea ella quien termine todos los dibujos que quedaron sin colorear. Esa que saca aspiraciones inocentes de las cortezas de los árboles y reparte abrazos sin pedirlos. Me dice que debajo de su cama hay un monstruo y me ruega que duerma con ella. ¿Cómo le digo que también sigo teniendo miedo? ¿Cómo le digo que las hadas han muerto?
Supongo que solo la abrazaré. Le diré el típico “todo va a estar bien” y entonces, intentaré hacer las cosas bien para no haberle mentido. No puedo mentirle a una niña. No puedo mentirme a mí.
mi niña interior tiene una sonrisa de oreja a oreja🫶